Ay si los vivos pudieran hablar
decir tantas cosas, pero era hora de los muertos.
Yo llevaba la cruz, ellos llevaban el cajón
no llegábamos jamás,
mis labios dejaban una sola oración
unas palabras y todo silencio,
entre el aire las estrellas y en mi alma el dolor.
Ay si los vivos pudieran sentirse tan vivos
sin pensar en la muerte, sin tener el peso del cajón,
de cruces de madera blanca,
de tardes llena de muerte
de esa muerte nuestra
como el anillo que llevamos en un dedo,
pero que raro, no puedo.
Y la muerte es de todos
tan negra, tan bella.
Yo llevaba la cruz no en las manos,
la llevaba en la cara dibujada como un tatuaje
estaba lleno de muerte, estaba blanco
(pero la muerte es negra)
sin poderme sacar ese anillo que me oprimía el pecho,
un anillo de flores
una corona de flores sin perfume,
sin colores, que raro.
… Y no llegábamos jamás.
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