El sol dejó de alumbrar para mí
y las estrellas han perdido su encanto,
no encuentro lágrimas para llorar su ausencia,
sólo me quedó la luz,
en mi cara,
de la sombra de sus manos.
Y así transcurre la vida,
y cada vez que se recuerda
aún en los más ínfimos momentos,
se expande por el cuerpo un virus,
un veneno letal,
una mezcla de melancolía y tristeza,
mi cuerpo va vagando inerte
y yace de mi esperanza un suspiro en el viento,
y es allí donde aprendí mamá... a escuchar al silencio.
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